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El pasado mes de enero, First Cow aparecía como la mejor película de 2020 en la encuesta anual de Caimán CdC para hacer balance del año. La situación excepcional creada por la COVID-19 nos llevó a incluir, entre los títulos elegibles, a todos aquellos que habían tenido un estreno más o menos tradicional y también a cuantos habían circulado por los festivales, como fue el caso de la  realización de Kelly Reichardt, estrenada en la Berlinale y ganadora después del Gran Premio en el Festival de Gijón, además de ser distinguida igualmente como la mejor película del año por la revista Indiewire, por las asociaciones de críticos de Nueva York, Philadelphia y Denver, y, sobre todo, por la prestigiosa macroencuesta de La Internacional Cinéfila, en la que emitían su veredicto 161 críticos, programadores y cineastas de todos los países.

Y ahora, por fin, ‘la vaca’ llega a nuestros cines. Lo anticipábamos en nuestro número de abril, donde incluíamos ya la crítica del film y una revisión de la filmografía de Kelly Reichardt, y volvemos este mes sobre ella para acompañar a su estreno. Lo hacemos mediante una amplia entrevista con su autora y con una aproximación diferente a la película, trazada esta vez desde la perspectiva de su dimensión etnográfica y antropológica, así como del apasionante diálogo que establece con un western tan esencial como es Dead Man, de Jim Jarmusch.

Pero, ¿qué tiene ‘la vaca’ para generar tanta atención y tanto consenso crítico a su alrededor…? Una primera respuesta puede tener que ver, precisamente, con esos componentes etnográficos tan patentes –y con tanta pregnancia física– en las imágenes del film. Estamos ante una ficción que se desarrolla en 1820, cuando todavía no existía la fotografía (como hace notar Kelly Reichardt en la entrevista) y de la que, en consecuencia, solo se tienen referencias gráficas –dibujos– y literarias, pero no fotográficas. Sin embargo, la rugosidad física de rostros y vestuario, la ‘sensación de verdad’ que respiran los escenarios (el barro, el bosque, la vegetación, las construcciones de madera, los utensilios…) son capaces de crear una impresión de autenticidad que deriva tanto del estudio minucioso de las fuentes documentales existentes como de una expresa voluntad de enraízar (literalmente) a los personajes en un verosímil estadio primitivo de la nación norteamericana.

Porque de esto habla, en realidad, ‘la vaca’ de la película y su condición de ‘primera’ en llegar a territorios a los que aún no han llegado ni el ferrocarril, ni el sheriff, ni la oficina de correos, ni la legislación de un estado que ni siquiera se ha constituido todavía como tal. En su historia minimalista de una conmovedora amistad, en su faceta antropológica y en la dimensión metafórica que todo ello alcanza en sus imágenes, ‘la vaca’ de Kelly Reichardt nos propone un nuevo tipo de western, y esto es mucho decir. Su autora ya lo había hecho antes con Meek’s Cutoff  (2010) y ahora lo ha vuelto a hacer. Cuando parecía que el género había transitado ya por todos los caminos posibles, una vaca (la primera de todas, ¡y mira que hemos visto ganado en los westerns!) nos enseña cosas que no habíamos visto nunca antes. El gran cine obra estos milagros.