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Enric Albero

LES DISTÀNCIES (Elena Trapé)

El segundo largometraje de ficción de Elena Trapé es un lúcido diagnóstico generacional que se desmarca de todo lo visto hasta el momento en esta 21ª edición del Festival de Málaga. Frente a las películas sobrexplicadas, en oposición a las piezas formateadas siguiendo las pautas de un academicismo avejentado y situada en las antípodas de esos títulos caprichosos que hacen de su guion un aeroplano para volar donde les venga en gana, Les distàncies propone un acercamiento sutil a la angustia vital que experimentan –que experimentamos– todos aquellos nacidos en la década de los ochenta.

Álex Comas (Miki Esparbé) reside en Berlín, esa ciudad rodeada por un aura totémica –a la vez cuna de oportunidades laborales y avispero cultural– para aquellos a los que nos tocó descubrir el lado oscuro del estado del bienestar. Sin esperarlo, el fin de semana de su 35 cumpleaños recibirá la visita de sus amigos de la universidad, un grupo heterogéneo formado por una embarazadísima Olivia (Alexandra Jiménez), Eloi (Bruno Sevilla), Guille (Isak Férriz) y su novia Anna (Maria Ribera). Su llegada no servirá para convertir Berlín en una fiesta, sino para extender el certificado de defunción de un espejismo.

Todo en Les distàncies es sutil (insisto). La plomiza fotografía de Julián Elizalde, reflejo de un estado de ánimo colectivo (estamos ante una gran metonimia). Su aparente naturalismo, con la cámara al hombro que nos obliga a convivir con esa troupe desorientada y que, sin embargo, oculta una puesta en escena medida y coreografiada al milímetro: el uso del desenfoque y la colocación de los personajes dentro del plano para marcar la distancia emocional que existe entre ellos, los sutiles movimientos de cámara que aíslan a un personaje cuando ‘rompe’ con otro, las huidas hacia adelante y a la carrera a través de un paisaje desdibujado… Sutil es, también, el guion, no solo ya por el magnífico uso de la elipsis y el borrado de diálogos explicativos, sino por secuencias como el encuentro entre Olivia y Marion en la cocina: espalda contra espalda, los jerséis con los mismos colores, dos mujeres cuya trayectoria podría ser intercambiable y que, por momentos, desearían intercambiar (fíjense, cuando la vean, en la relación que Olivia establece con el vestido de Marion). Incluso en el momento menos afortunado del libreto –ese deus ex machina– hay un golpe de genio, puesto que el recurso no se emplea como solución a los problemas planteados: es un acicate para incrementar la tensión.

Trapé nos dice que somos la generación más conectada de la historia y la que peor se comunica (maravillosa la secuencia del interfono), que los 35 son los nuevos 25 y que nos cuesta madurar más que a un mango en el Polo Norte, que somos o nos han hecho inseguros y preferimos echar a correr antes que afrontar una dificultad, que cuando se nos rompe, nos rompen o rompemos el esquema estudios-trabajo-pareja-matrimonio-casa-hijos podemos caer en un pozo de mierda del que nos cuesta un mundo salir porque solo nos habían enseñado a trepar por la cuerda que el capitalismo había preparado para sus retoños antes de que estallaran todas las burbujas.

Podría seguir. Podría hablar de la defensa tranquila que hace del multilingüismo –Olivia habla en castellano y le responden en catalán… ¡y no muere nadie!– del grado de maestría interpretativa que ha alcanzado Alexandra Jiménez; incluso podría ponerme pejiguero y señalar que, en los instantes previos al ajuste de cuentas existencial que cierra la función, el ritmo decae a causa de una secuencia que busca contrapuntear la gravedad de la trama antes del estallido final. Podría escribir sobre todo eso y sobre muchas cosas más, pero baste con decir que Les distàncies es, con mucho, la mejor película que la Sección Oficial del festival nos ha brindado hasta el momento.

MI QUERIDA COFRADÍA (Marta Díaz de Lope Díaz)

5 Mi querida cofradia

Comedia que, en lo temático, se quiere revolucionaria, Mi querida cofradía es un paso en firme hacia la involución del género. El accidentado ascenso de Carmen (Gloria Muñoz) a la presidencia de su hermandad en los días previos a la Semana Santa se erige como pretexto para propugnar el empoderamiento de la mujer en un ámbito especialmente reacio a la igualdad. Es probable que el terreno de la fe y las tradiciones no sea el mejor para sembrar metáforas feministas: ahí están los textos sagrados que las sustentan y que no dejan lugar a dudas sobre qué papel juegan las Evas de este mundo en el seno del catolicismo.

En su voluntad por modernizar el costumbrismo de sus situaciones y de sus personajes, Díaz de Lope se olvida de la puesta en escena y va coleccionando estampillas folclóricas con aire de telefilm ochentero: la monotonía marca el desarrollo de las numerosas secuencias de interiores, las escalas medias se suceden y los diálogos apuntalan lo que observamos, como si las imágenes no se valieran por sí mismas o los espectadores fueran a perderse descifrando unas composiciones visuales dignas de las ilustraciones de un libro infantil. Ni la solvencia de sus actores ni algún gag afortunado disimulan la confusión de una propuesta que quiere impugnar las convenciones heteropatriarcales en la esfera religiosa pero que emplea una sintaxis tan arcaica como los principios que pretende combatir.