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Carlos F. Heredero.

Cuatro directores y una actriz. Quentin Tarantino, Jia Zhang-ke, Gus Van Sant, Nicolas Philibert y Juliette Binoche. Dos cineastas norteamericanos, uno chino y dos franceses (un realizador y una actriz) protagonizan este número, especial de verano, en Cahiers du cinéma. España. ¿Qué pueden tener en común? ¿qué factores pueden haberlos reunido más allá del mero azar que impone la agenda de la actualidad…? Para responder a estas preguntas es necesario recordar el trabajo imprescindible de la reflexión crítica, aquella que permite separar el grano de la paja, distinguir entre la multiplicidad de ofertas que sugiere la cartelera, resistir las presiones de una mercadotecnia uniformizadora, categorizar, analizar, trazar líneas y proponer un discurso. En definitiva, hacer el trabajo crítico que se supone propio de una revista como ésta.

El abanico de opciones que mes a mes propone la actualidad es siempre muy amplio, aunque a veces las tendencias homogenizadoras consigan difuminar las singularidades en favor de las fórmulas ya gastadas. De ahí la opción, la necesidad también, de conferir relieve y visibilidad a cuantas manifestaciones (obras, cineastas, acontecimientos…) se esfuerzan en mantener la especificidad y los rasgos propios de una personalidad no domesticada, en abrir espacios para lo diverso y para la expresión de discursos alternativos y enriquecedores.

La normalización económica (al socaire del modelo mercantil impuesto por la globalización), la normalización política (que deriva en formas encubiertas –o no tan encubiertas– de censura) y la normalización estética (bajo los códigos del gran espectáculo y de las fórmulas estereotipadas de representación) son los tres peligros frente a los que advierte Jean-Michel Frodon en estas mismas páginas al entrevistar a Jia Zhang-ke. Frente a ellos, el trabajo del autor de Naturaleza muerta (en su penetrante  y “no reconciliada” interrogación del presente), la disidencia particularísima de Quentin Tarantino (cuyo reciclaje de materiales pisa el acelerador de la experimentación y de lo torrencial simultáneamente), el impetuoso “deseo de filmar” con que reaparece el Gus Van Sant primigenio de Mala noche y la mirada tan pudorosa como penetrante de Nicolas Philibert (en la radiografía moral de la herencia fílmica y de la filiación paterna que supone Regreso a Normandía) expresan otros tantos combates no resignados y no conformes, díscolos, sinceros y rebeldes a su manera. Como también lo es la negativa de Juliette Binoche a plegarse, de forma dócil, a los dictados de los cineastas con los que trabaja en busca de una energía creativa personal y enriquecedora.

Las apuestas de algunos pequeños festivales por los cines del sur, las mujeres directoras o la identidad diferencial del cine europeo forman parte del mismo combate. Y también la programación de las salas que proyectan en versión original (en difícil posición de resistencia frente al retroceso) y la que mantienen, contra viento y marea, las salas alternativas. Son imágenes, personalidades y propuestas que convergen en estas páginas porque trabajan para afianzar la diversidad y la singularidad, porque amplían y enriquecen el acerbo del cine. Un combate, en definitiva, con el que nos podemos identificar.