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En marzo de 2016, tras el fallecimiento de Jacques Rivette y en un texto ‘In memoriam’ publicado en esta misma revista, Àngel Quintana escribía: “Fue un cineasta que vivió la pasión cinéfila como experiencia de aprendizaje, como búsqueda constante de un referente teórico que le permitiera reflexionar sobre cómo el cine podía llegar a ser capaz de dar forma a lo más abstracto”. Quintana hablaba también, a propósito de su filmografía, de un cine que puede parecer “hermético y extraño”, pero que esconde un secreto complejo que funciona como “una reivindicación del poder del cine como juego, como experiencia creativa y como territorio de fantasmas”. Unos postulados libres, abiertos y radicales que podrían quizá estar en la base, sin embargo, de los motivos por los que, efectivamente, Rivette sigue siendo hoy, frente a Godard, Chabrol, Rohmer y Truffaut, no solo el más enigmático de los cinco, sino también el más desatendido y probablemente también el menos visto (apenas diez de todos sus títulos figuran como estrenados oficialmente en España). Dos importantes acontecimientos nos permiten volver hoy sobre su figura y colaborar, en alguna medida, a reparar estos desaires. El primero de los eventos es la gran retrospectiva que le dedica Filmoteca Española durante los meses de abril a julio y que será la más exhaustiva de las que se han hecho hasta ahora en nuestro país. El segundo es la puesta en circulación, a través de Mubi, y por primera vez en España, de Out 1: Noli me tangere (1971), la más larga de las siempre extensas obras del cineasta (750 minutos de duración) y concebida originalmente como una serie en ocho capítulos, que tendrá asimismo un pase especial en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, el sábado 17 de junio.

Es precisamente el peso específico de Out 1: Noli me tangere en el conjunto de la obra de Rivette lo que da pie aquí a una serie de textos que, desde distintos ángulos y considerando también su dedicación a la crítica, buscan arrojar luz sobre la trayectoria de un creador que entendió el cine en una relación intrínseca con el teatro (o como extensión del mismo) y que tomó el cuerpo y los movimientos de los actores como eje de su puesta en escena. Un cineasta para el que la idea del complot, del misterio de la conspiración, de esa intriga nunca definida, resbaladiza y fantasmal, se convirtió no solo en el impulso de la acción sino también en una actitud frente al arte y, casi incluso, frente al mundo. La posibilidad de entender el cine de Rivette como investigación irresoluble, como experimentación siempre abierta a lo fortuito, como planteamiento sin cierre o mero deambular nos acerca a ese lado quizá menos asimilable, pero absolutamente apasionante de su obra.

Por otra parte, y como elemento consustancial a la labor de la crítica, desde las páginas de Caimán CdC buscamos no solo escapar de la avasalladora corriente de la ‘actualidad’ (sobre la que ya hemos reflexionado alguna vez a propósito de la necesidad de acudir al pasado para contemplar con más hondura el presente), sino también del riesgo de considerar los estrenos de cada mes como elementos independientes y desligados de un conjunto, como piezas aisladas, en definitiva, incapaces de establecer un debate con sus coetáneas que las haga resignificarse en el marco de un contexto creativo más amplio. Asumimos en este número el reto para englobar el estreno de tres títulos de apariencia muy diversa que encuentran, sin embargo, una sugerente conexión a partir del empleo del elemento musical en sus respectivas puestas en escena. Quedan así vinculados Fuego fatuo (João Pedro Rodrigues), Scarlet (Pietro Marcello) y Coma (Bertrand Bonello), en un diálogo que se amplía a su vez hacia otros títulos recientes como Aftersun (Charlotte Wells) o Asuntos familiares (Arnaud Desplechin) para abrir la reflexión, más allá de las tramas, en torno a los mecanismos a través de los cuales cierto cine actual no solo parece generalizar la inserción de momentos musicales en sus propuestas, sino que, en algunos casos, introduce con ello, y esto es lo interesante, un elemento desestabilizador a nivel tanto narrativo como formal. En palabras de Carlos Losilla: “Se introduce la canción o la coreografía como cuerpos extraños o anomalías que expanden la sensación de cortocircuito al resto de la película”.

Jara Yáñez