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Carlos F. Heredero.

Ya lo dijo Bertolt Brecht: vivimos “malos tiempos para la lírica”. Y son verdaderamente malos los que corren para la convivencia democrática en Europa (y no solo en Europa), para los que ejercen sin trabas la libertad de expresión (algunos de ellos amenazados e incluso asesinados por fundamentalistas criminales), para la libre circulación de las ideas (obstaculizadas por poderosos grupos de presión que defienden intereses corporativos u otros incluso mucho menos confesables), para la difusión del arte más incómodo y más libre, ese que no se deja encerrar ni en categorías estéticas vigiladas por los cánones ni en correcciones políticas de ningún tipo (víctima de censuras institucionales, políticas, económicas e incluso jurídicas…).

Parece que asistimos, de hecho, a una escalada belicosa, involucionista, xenófoba y censora harto preocupante, impulsada por diferentes instancias que –bajo la coartada de defender la democracia y las instituciones– pueden contribuir a hacerlas más frágiles y más vulnerables. Ahí están los fascistas franceses y los populistas xenófobos de otros países clamando por acabar con Shengen, los gobernantes de Gran Bretaña y Estados Unidos programando “maniobras de ciberguerra a orillas del Atlántico” (El País; 17 de enero, 2015), un alcalde de la derecha francesa –acólito de Sarkozy– prohibiendo en su pueblo la exhibición de Timbuktu (el ejemplar film de Abderrahmane Sissako: una nítida requisitoria contra el integrismo yihadista) porque dice tener miedo de que la película haga “apología del terrorismo” (¿?) y un juzgado de Barcelona imponiendo un corte de cinco minutos a la emisión por la televisión autonómica catalana de Ciutat morta, el necesario y ejemplar documental de Xavier Artigas y Xapo Ortega.

Frente a todo ello, que camina en sentido contrario al necesario, Caimán Cuadernos de Cine quiere reafirmar en este número su compromiso con la libertad de expresión, su solidaridad con Charlie Hebdo, con sus dibujos iconoclastas (que satirizan por igual a cristianos, judíos, musulmanes y cineastas, como se puede ver aquí al lado), con cualquier tipo de sátira por irreverente o cáustica que sea, con Timbuktu (que se estrena felizmente en España el 6 de febrero), con los creadores de Ciutat morta y con cualquier otra expresión creativa –cinematográfica o no– que sea víctima de cualquier modelo de censura.

Precisamente porque, como Bertolt Brecht, sentimos “horror por los discursos del pintor de brocha gorda”, y porque ese horror (a todo tipo de simplificación maniquea, a toda imposición autoritaria) es igualmente el que “nos impulsa a escribir”, creemos que también el cine, toda la libertad del cine (que no es troceable ni parcelable a gusto de los poderosos) debe ser preservada y protegida a toda costa.